Si el Cáucaso es una región bastante desconocida para el viajero occidental, aún lo es más para el viajero español. Por las noticias que de allí llegan, se tiene la impresión de un lugar remoto, desconocido y poco seguro; sólo tenemos que recordar el conflicto de Chechenia o del Alto Karabakh. El inestable panorama ofrecido por una serie de ex-repúblicas soviéticas en las que el integrismo islámico tiene un campo de acción potencial, no hacen precisamente de esta zona un atractivo destino de viaje; si a ello le agregamos el desconocimiento al que aludíamos antes, se entiende perfectamente que no sea un objetivo turístico demandado.
Sin embargo, las posibilidades que la región caucásica ofrece para el turismo cultural son muy amplias; además de contar con unos entornos naturales de gran belleza, posee también un patrimonio histórico-artístico considerable que está aún por descubrir por la industria turística. Nos estamos refiriendo concretamente a dos países de historia milenaria en los que el cristianismo eclosionó en los primeros siglos de nuestra era: Armenia y Georgia.
Durante el dilatado período medieval se desarrolló allí un arte cristiano refinado y esplendoroso, que si bien muchos investigadores vinculan al arte bizantino, hay quienes ven en él un genio autóctono y unas características específicas que le infieren una peculiaridad propia. El arte cristiano del Cáucaso es el fruto de la fusión de elementos culturales heredados de las dos grandes culturas clásicas de la Antigüedad, las civilizaciones greco-romana y persa; en sus manifestaciones plásticas se pueden apreciar influencias provenientes del mundo tardo romano sobretodo en la arquitectura y de la tradición siria por lo que respecta a la escultura.